José Antonio Fernández
Ordóñez, ingeniero civil, nacido en Madrid, España, en 1933. Hijo de una familia
numerosa, y con genes matemáticos, pues la gran mayoría de los profesionales de la familia se desempeñaban en el ámbito de
las ciencias puras y en las ingenierías. Hechos relevantes marcaron su
educación, como fue pasar todo un año en Peña grande para curarse de una
terrible pleuresía que padecía. Es allí, donde sus hermanos, su padre y el
párroco del pueblo le empezaron a inculcar el hábito de la lectura, ya que constantemente
le traían libros para que leyera, reflexionara y adquiriera criterios propios. Uno
de sus hermanos Francisco, que llegó a ser Ministro de Asuntos Exteriores, fue
su mayor punto de referencia ya que le llevaba libros de poesía de Cernuda,
Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado.
Sobre su vocación como
ingeniero civil se dice que principalmente José Antonio Fernández empezó su
camino en la ingeniería sin tener un rumbo fijo, pero con el tiempo se fue
enamorando de la carrera y después de cuatro años logró ingresar en la Escuela
de Caminos de Madrid, pero fue allí, en los últimos cursos, donde algunos
profesores como José Entrecanales y Eduardo Torroja hicieron que su dedicación
fuera al máximo y que por fin adquiriera la vocación, no por la transmisión de
conocimientos sino por la visión de la vida profesional que aprendía con ellos:
el amor a lo bien hecho, la tentación del riesgo y su contrapeso en la
seguridad de las obras, la honradez en la utilización del dinero ajeno, la
manera ética y digna, en resumen, de entender la profesión.
Al igual que su hermano
Paco, José Antonio supo conjugar el mundo de la teoría con el de la práctica a
lo largo de toda su educación. Supo llevar a la práctica ingenieril todo el
mundo poético y artístico que había estudiado o simplemente vivido. Como
profesor defendía una enseñanza que acercara al estudiante al proyecto
constructivo y al conocimiento del medio natural que lo integra, y esto desde
el primer año de aprendizaje, eso sí, sin olvidar todos los cálculos abstractos.
Su verdadera vocación y su mayor contribución al mundo ingenieril fue su gran
Dialéctica y su enorme energía y vitalidad a la hora de defender sus ideas, y
esto lo puso en práctica en toda su carrera profesional.
En la Escuela Superior de
Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos y siguiendo la tarea profesional de
los profesores Lucio del Valle, Tomás García Diego y Santiago Castro Cardús,
José Antonio Fernández Ordóñez trató de impartir, en sus clases, una enseñanza
con un carácter humanista muy marcado. Primero empezó como adjunto de Santiago
Castro y años más tarde creó la Cátedra de Arte y Estética de la Ingeniería en
la Escuela de Madrid. A su enseñanza le daba mucha importancia a la formación
de la sensibilidad mediante un conocimiento del arte y el amor por las formas,
todo partiendo del pasado, es decir, de los grandes ingenieros de la historia.
Esta labor también la cumplió como presidente del Colegio de Caminos Canales y
Puertos. Su nombramiento, en 1974, estuvo rodeado de una enorme tensión política
y casi fue más celebrado por el mundo de la cultura que el del cuerpo de
ingenieros. Fue elegido como representante de un grupo de jóvenes profesionales
con ganas de romper con las políticas continuistas que venían imperando en el
Colegio.
Su
primer proyecto con Julio Martínez Calzón fue presentar un proyecto para el
concurso del viaducto de Plaza de Cuatro Caminos, recibiendo un escrito
laudatorio del Jurado Calificador que los ilusionó y ayudó en perspectivas
futuras. Fue en 1968 con solo 35 años de edad, una edad muy prematura para un
proyectista de infraestructuras civiles, cuando ganaron el concurso para la construcción
de un viaducto en La Castellana. El viaducto se detallará más adelante como el
ejemplo inicial del tratamiento estético de todos sus proyectos. No obstante,
otras construcciones, no menos relevantes estéticamente fueron apareciendo a lo
largo de toda su dilatada carrera profesional, siempre conjuntamente con Julio
Martínez Calzón. Unos de sus últimos proyectos en vida, fueron la pasarela
peatonal de Abando ibarra en Bilbao y el Puente Infante Don Henrique sobre el
río Duero en Oporto. Al morir José Antonio, su hijo Lorenzo Fernández Ordóñez,
arquitecto de profesión, retomó la dirección de las obras.
Por
último, en el puente de Oporto en el cual colaboraron Antonio Adao Da Fonseca,
Francisco Millanes Mato, Adalberto Díaz y Alexandre Burmester fue una de sus
obras más ambiciosas e interesantes, no sólo desde el punto de vista
constructivo, sino también desde un enfoque estético. El puente consiste 35 en
un arco abatido tipo Maillart, muy esbelto y con un tablero de gran rigidez. El
carácter geométrico formado por grandes planos le da una rigidez sobria,
contundente y elegante al mismo tiempo. Esta marcada funcionalidad marcada en
una forma muy estructural trataba de no marcar competencia con los otros
puentes de la ciudad de Oporto, y es por eso que la solución formal fue
discreta aunque con mucha potencia. Esta limpieza de modo que el puente se
muestran del modo más puro posible, sin ningún añadido ni decoración viene
acompañada por una regularidad geométrica constituida por elementos rectos muy
marcados. La teórica humildad funcional del puente también se traslada a la
ciudad, con la no colocación de elementos elevados en el tablero del puente,
sin afectar así el paisaje de los alrededores del río Duero más allá de la
propia estructura. El proyecto fue uno de los últimos del equipo de José
Antonio y no por eso dejaron de innovar en su proyección. Junto con Julio
Martínez Calzón intervinieron también en otros proyectos como: los puentes
gemelos sobre la Nacional II en San Fernando de Henares, formados por un arco
de enorme tensión y ligereza; el paso de acceso al recinto de IFEMA, en Madrid,
con sus pilas clásicas de marco hueco; el puente de Fontejau sobre el Ter en
Girona integrando todos los elementos históricos y estéticos de todas las obras
públicas del pasado en Girona, y un largo etc. de construcciones elevadas.
Su
visión urbanística se entrevé, aunque no de un modo explícito, en todos sus
puentes. El proyecto de la avenida de la Ilustración de 1982 encargado por el
alcalde de Madrid Enrique Tierno Galván sirvió para solucionar los conflictos
sociales que provocaba el nuevo trazado. Fue singular su proyecto ya que pocos
ingenieros confiaban en su valúa urbanística. Los vecinos querían la zona para
su disfrute personal y no como una vía de tráfico intenso, y José Antonio
Fernández Ordóñez trazó el típico bulevar Madrileño aportando en él, de nuevo,
elementos artísticos. No obstante, en la actualidad toda esta filosofía
artística y integradora medioambientalmente no se está respectando y la vía se está convirtiendo en una vía rápida de
paso para los vehículos.
Aunque
no se especializó en la redacción de proyectos de urbanizaciones o de
paisajismo, el dominio que tenía tanto a escala urbana como a escala del medio
natural era muy significativo. Sólo hace falta remarcar la cantidad de esbozos
y propuestas que hacía de las pilas de sus puentes para ver la magnitud de esta
búsqueda por la escala correcta según el marco o territorio a intervenir.
Sumado a esto, la enorme posibilidad de soluciones que los medios de cálculo y
tecnológicos podían plantear, José Antonio Fernández Ordóñez y Julio Martínez
Calzón trataban de enfocar sus proyectos de modo que se evitase cualquier
exceso formal y alcanzar así la esencia de la estructura. Tal como decía
siempre Fernández Ordóñez en boca de Brancusi: “La simplicidad no es una meta,
pero uno llega a ella a pesar de sí mismo, tal como uno se acerca al
significado real de las cosas”. Trataba a la forma como resultado de un
proceso, no algo previsto de antemano, apoyando así la ingeniería de los
ingenieros de los años treinta, los cuales apostaban por la ligereza, un
amor por el riesgo hasta los límites de
lo posible, un desdén por lo económico y un profundo y nuevo sentimiento de
calidad estructural”
José Antonio fue un gran animador en el
panorama del arte español contemporáneo dándole a conocer en el mundo. El arte
fue una idea dominante en su vida y en su trabajo, concibiendo la ingeniería
como una de las bellas artes. Comentaba: “Nosotros los ingenieros de Caminos,
sin dejar de ser especialistas, no podemos abandonar la vocación universal del
hombre. Estas exposiciones nos ayudarán, no sólo a acercar nuestra obra a los
demás, desmitificando la magia de nuestra técnica, sino a responsabilizarnos públicamente
de nuestro trabajo, a elevar nuestro nivel de exigencia, a comprender mejor
nuestras responsabilidades y a escuchar con atención la respuesta del mundo
interior de otros hombres con otros quehaceres”. “Nuestra profesión debe
aspirar siempre a convertirse en una fuerza al servicio de la comunidad, una
palanca viva de creación, de innovaciones, de educación y de cultura”. En
definitiva, José Antonio Fernández Ordóñez buscaba agitar la figura y la
función del Ingeniero de Caminos.
Finalmente José Antonio Fernández Ordóñez a causa
de un cáncer hepático falleció el 3 de enero de 2000.
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Escogí a José Antonio Fernández Ordóñez como personaje para hacer la biografía porqué al hacer un breve escrutinio de su biografía me encontré con cosas que llamaron mi atención, cómo lo fue el saber qué al iniciar su carrera como ingeniero civil Fernández Ordóñez no estaba seguro de que esa fuera la profesión ideal para él pero a medida que transcurrió el tiempo el se dió cuenta de qué esa era su vocación. La carrera de Fernández estaba centrada en el servicio de la comunidad ya qué para él el servicio garantizaba el avance y la innovación en educación y en cultura de un ambiente social y esta debe ser la convicción de todo ingeniero, transformar, cambiar e innovar para qué igual que José Antonio Fernández Ordóñez aportemos un poco a la practica ingenieril.
Fuente de información:
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Anderson Fabian Santos Meza
Ingeniería civil- Universidad Industrial de Santander
2130285
Muchas gracias por compartir esta entrada. :) En Ediciones Menguantes (menguantes.com) los puentes nos parecen construcciones fascinantes. Hace poco publicamos un libro ilustrado acerca de 50 puentes de todo el mundo: "Puentes, no muros", de los autores italianos Pia Valentinis y Giancarlo Ascari. ¡Un saludo y feliz año!
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